Ficha de la obra

Título: Octavio y el hijo de la sombra.

Escrito: En 2003

Publicado: No.

Comentarios: Esta es la primera entrega de lo que iba a ser una nueva saga. Escribí el primer libro y lo envié a la editorial SM junto con la primera parte de Memorias de Idhún. Les gustó mucho más Idhún, de modo que ese fue el proyecto en el que me centré. Me tuvo ocupada durante los años siguientes, y cuando lo acabé tenía otras muchas historias en la cabeza. Así que este libro se quedó en un cajón porque, aunque la trama de este primer libro está cerrada, tiene un final abierto porque hay una historia general que debía desarrollarse en entregas posteriores. Otra curiosidad: con 21 años escribí una novela titulada Los hijos del sol negro, que era otra versión de la historia de Octavio, y que tampoco llegó a publicarse. Ahí sí que estaba toda la trama desarrollada, pero muy mal desarrollada, para ser sincera :D. Me gusta más el enfoque de Octavio y el hijo de la sombra, aunque no llegara a continuar la saga.

Capítulo 9: Una excursión a la biblioteca

 

Cuando Dani y Pat llegaron a casa de Octavio después de comer, lo encontraron alteradísimo. Había revuelto todas sus estanterías, pero por lo visto no había encontrado lo que buscaba, porque seguía rebuscando en un par de cajas que aún no había desembalado.

—Qué desorden —comentó Dani, saltando por encima de un montón de libretas—. Tío, no pareces tú. ¿Has tomado tres litros de café o qué?

—Te hemos traído los libros —añadió Pat—. Para mañana tenemos que…

—Olvida los deberes ahora —cortó Octavio, muy nervioso—. Creo que ya sé quién es Borja.

—¿De verdad? ¿Cómo? ¿Y quién es?

—No te acerques a él, Pat —advirtió Dani—. Ha dicho que nos olvidemos de los deberes. No puede ser el auténtico Octavio.

—¿Y quién voy a ser, si no? —se enfadó Octavio.

—Pues alguien que se le parece mucho. Un clon, o un extraterrestre con la capacidad de tomar la forma de cualquier humano. Tienes la habitación hecha un desastre y no te interesan los deberes: eso te ha delatado, así que confiesa, ¿qué has hecho con el verdadero Octavio?

—Deja de decir tonterías —protestó Octavio, pero se sentó y trató de tranquilizarse—. Ya sé dónde leí una historia parecida a la de Borja. Llevo buscando ese libro toda la mañana, pero me parece que no lo tengo.

—Tampoco tienes tantos libros como para que te haya llevado tanto tiempo —observó Pat, mirando a su alrededor.

—Lo sé, pero es que no sabía ya qué hacer y por eso he revisado mis libros varias veces. He leído un montón de libros en mi vida, pero casi todos sacados de bibliotecas. Como siempre nos estamos trasladando, no he acumulado muchas cosas, luego son un engorro a la hora de hacer la mudanza. Pero llega un momento en que ya no sé qué libros tengo y qué libros no.

—Corta el rollo y cuéntanos de una vez qué has descubierto —lo apremió Dani, impaciente.

Octavio respiró hondo.

—Es que parece una locura. Tendría que volver a leerlo para estar completamente seguro…

—Bueno, pero si no tienes el libro no puedes leerlo —interrumpió Pat, a punto de perder la paciencia—, así que por favor, cuéntanos ya lo que sea, ¿quieres?

—Sí que podemos leerlo —declaró Octavio, con una sonrisa de oreja a oreja—. Además, un buen investigador tiene que acudir a consultar las fuentes originales y no fiarse sólo de su memoria.

—Tu memoria es excelente, Octavio —suspiró Dani—. Y yo me fío de ella. Así que desembucha.

Pero Octavio ya se había levantado y se dirigía hacia la puerta. Se volvió hacia ellos cuando ya estaba a punto de salir.

—¿Venís o qué?

—¿A dónde?

Octavio estuvo a punto de decírselo, pero finalmente cambió de idea y sonrió.

—Ya lo verás.

 


 

—Hemos llegado.

Dani y Pat echaron un vistazo a la fachada que Octavio les mostraba, muy orgulloso de sí mismo.

—¿Una biblioteca? —dijo Pat, confusa.

—Me lo imaginaba —suspiró Dani—. Supongo que hace ya meses que eres socio, ¿no, Octavio?

—Sí, ¿y qué pasa? —se defendió Octavio.

—Nada. Pero ya podías habernos dicho antes que veníamos aquí. No sé a qué tanto misterio.

—Pues yo llevo años viviendo en este barrio y no sabía que había aquí una biblioteca —comentó Pat.

—Vale, tampoco yo me había fijado —reconoció Dani a regañadientes.

Entraron en el edificio. La bibliotecaria saludó a Octavio y lo llamó por su nombre. Ni Dani ni Pat hicieron ningún comentario, pero Dani se dio cuenta de que Octavio parecía mucho más seguro de sí mismo allí dentro. Lo siguieron a través del laberinto de estanterías hasta la sección del fondo. Allí, Octavio se detuvo y empezó a revisar los lomos de los libros colocados en los estantes.

—Octavio, que te has equivocado de sitio —hizo notar Dani—. Esto es la sección infantil. La de parapsicología está más atrás, hemos pasado por delante.

—Estamos en la sección que toca —declaró Octavio con rotundidad.

Dani y Pat cruzaron una mirada, pero no dijeron nada. Lo vieron sacar varios libros y cargar con ellos hasta la mesa más cercana. Pat examinó los títulos.

—Octavio, son cuentos para niños —protestó, abriendo uno de los volúmenes por el índice—. Mira, aquí están La Cenicienta, y La bella durmiente, y….

—No, pero no son esos los que busco —cortó Octavio, distraídamente.

También estaba examinando los índices de los libros de cuentos, buscando uno en concreto. Por fin lo encontró en un enorme volumen de los Cuentos de Grimm. Respiró hondo y miró a sus compañeros.

—Aquí está la historia de Borja, chicos. Leed esto y decidme si no es demasiada casualidad.

Dejó el libro abierto sobre la mesa para que lo vieran bien. Dani y Pat se acercaron a leer el título del cuento que comenzaba en aquellas páginas.

—“La Muerte madrina” —leyó Pat, casi sin aliento.

Los tres se sentaron en torno a la mesa, muy juntos, y comenzaron a leer el cuento.

 


La muerte madrina

            Érase una vez un hombre pobre que tenía muchos hijos. Cuando nació el último de ellos, el padre decidió que tenía que buscarle un padrino rico que pudiera ayudar a pagar su educación. De modo que se sentó a la puerta de su casa a esperar que pasase alguien a quien proponer que fuera el padrino de su hijo.

Después de un rato, pasó por allí un peregrino que resultó ser Jesucristo.

—Yo seré el padrino de tu hijo. Lo guiaré por la senda del bien y le aseguraré un puesto en el Cielo, a mi lado.

El hombre lo pensó durante un momento.

—Agradezco mucho el ofrecimiento, Señor —dijo al fin—, pero he visto que en el mundo hay gente rica y gente muy pobre, y esto quiere decir que tú no tratas a todos por igual. Y desearía que el padrino de mi hijo fuera un hombre justo.

Jesucristo sonrió con indulgencia, pero no dijo nada, y siguió su camino.

Al cabo de un rato pasó por allí el Diablo.

—Yo seré el padrino de tu hijo —se ofreció—. Le daré riquezas y un puesto en la alta sociedad. Estando conmigo, no le faltará de nada.

—Sí, pero a cambio exigirás su alma —replicó el padre.

—De algo tengo que vivir —se excusó el Diablo.

—Gracias, pero no te quiero de padrino de mi hijo.

El Diablo se encogió de hombros y siguió su camino.

Al anochecer, pasó por allí la Muerte.

—Yo seré la Madrina de tu hijo —dijo ella simplemente.

El hombre lo pensó.

—Nadie puede ganarte a ti en justicia —reconoció al final—, porque tratas a todos por igual y no haces distinciones entre ricos y pobres, entre feos y guapos, entre listos e inteligentes, entre malvados y honrados. Y todos, al final, han de rendirse ante ti. No hay nadie más poderoso y justo que tú. Pensándolo bien, ¿quién mejor que la Muerte para ser madrina de mi hijo?

Y así quedó acordado. La Muerte acudió al bautizo, pero no volvió a aparecer por la casa hasta que el muchacho cumplió dieciocho años. Entonces se lo llevó aparte para hablar con él.

—Ahora que ya eres mayor, voy a hacerte un regalo que hará de ti un hombre de provecho —le dijo.

Le entregó un frasco lleno de agua.

—Es un agua milagrosa —le explicó—. Con esto podrás sanar a cualquier enfermo, por muy grave que esté. Dale a beber unas gotas y se sentirá como nuevo. Y el agua no se agotará nunca. Con esto puedes llegar a ser un médico famoso y nunca te faltará dinero ni trabajo.

El joven le dio las gracias a su madrina por el regalo. Pero la Muerte no había terminado de hablar.

—Sin embargo —le dijo—, antes de curar a un enfermo tienes que buscarme a mí. Si me ves a los pies de su cama, tienes mi permiso para darle a beber el agua milagrosa, y el enfermo se curará. Pero si, por el contrario, me ves a la cabecera de la cama, debes dejarlo en paz, porque eso querrá decir que me pertenece a mí. ¿Lo has entendido?

El muchacho dijo que así lo haría.

Después, con el presente de su madrina, partió hacia la ciudad y allí abrió una consulta. Con el agua milagrosa curó a mucha gente, pero siempre seguía los consejos de la Muerte y, cuando entraba en la habitación de un enfermo, lo primero que hacía era buscarla con la mirada. Si veía a su madrina a los pies de la cama, daba al enfermo el agua de la vida, y éste sanaba inmediatamente. Si, por el contrario, veía a la Muerte a la cabecera de la cama, el joven decía que no podía hacer nada por el paciente y éste, irremediablemente, moría.

Pronto se corrió la voz de que un brillante médico se había instalado en la ciudad, y el muchacho tuvo cada vez más trabajo. Con el tiempo, su fama llegó a ser tanta que fue reclamado en el palacio del rey. Era una gran oportunidad, de modo que el médico acudió allí rápidamente. Le dijeron que era el propio rey quien estaba enfermo, y que ningún médico había logrado curar su dolencia.

Cuando el joven entró en la cámara del rey, buscó a su madrina, como siempre hacía, pero… ¡oh, decepción!, la encontró a la cabecera de la cama del monarca.

El médico no sabía qué hacer. No se atrevía a desafiar a la Muerte, pero tampoco podía dejar morir al rey. De manera que decidió tratar de engañar a su madrina. Cogió al rey y le dio la vuelta en la cama, de forma que la Muerte quedara a sus pies, y no junto a su cabeza. Más tranquilo, le dio al enfermo unas gotas del agua milagrosa.

El rey se curó, pero la Muerte no olvidó la ofensa, y fue a hablar con su ahijado.

—Por esta vez te perdono —le advirtió—, pero no vuelvas a desobedecerme.

El joven prometió que no volvería a hacerlo.

Sin embargo, tiempo más tarde fue la princesa, la única hija del rey, quien cayó gravemente enferma. El famoso médico fue llamado a palacio. Pero cuando entró en la habitación de la princesa vio, de nuevo, a la Muerte a la cabecera de la cama de la enferma. El joven estuvo a punto de confesar que no podía curarla, pero la princesa era tan hermosa que se enamoró perdidamente de ella, y supo que no podía dejarla morir. “Mi madrina lo comprenderá”, pensó. De manera que, al igual que había hecho con el rey, le dio la vuelta a la princesa para que la Muerte quedara a sus pies, y no junto a su cabeza. Después, le dio a beber el agua de la vida.

La princesa se curó, y el rey, agradecido, le dio al médico la mano de ella en matrimonio.

Pero el día de su boda, la Muerte vino a buscar al joven médico.

—Me has desobedecido por segunda vez —le dijo—. No va a haber una tercera.

El joven cayó de rodillas ante ella y le pidió perdón, pero la Muerte no lo escuchó. Lo agarró por los cabellos y se lo llevó consigo. Cuando por fin lo soltó, el médico miró a su alrededor y se encontró en una gruta llena de cirios encendidos.

—¿Qué es este lugar? —preguntó.

—Aquí es donde vigilo la vida de los hombres —respondió la Muerte—. Cada uno de estos cirios es la vida de una persona. Cuando la vela se apaga, su propietario me pertenece, y voy a buscarlo.

—¿Y cuál es la mía? —preguntó el joven médico, temblando.

La Muerte le señaló una llama que ardía débilmente al fondo de la caverna.

—Aquella, hijo mío, es la vela de tu vida.

El muchacho comprobó con horror que estaba a punto de consumirse, y suplicó a la Muerte que la sustituyera por una nueva. Pero ella no lo escuchó.

Y, cuando la vela se apagó por fin, el joven médico murió con ella.

Desde entonces, la Muerte no ha vuelto a ser madrina de ningún otro niño, por miedo a que la desafíen otra vez.”.

 


 

Octavio había sido el primero en terminar de leer el cuento, y esperó a que sus amigos levantaran la vista de la página.

—Hey —murmuró Dani débilmente—. ¿Y dónde está eso de “Y fueron felices y comieron perdices”?

Octavio negó con la cabeza.

—Es un cuento siniestro, ¿eh?

—Como Borja —se le escapó a Pat—. ¿De verdad crees que ha hecho un pacto con la Muerte, o algo parecido?

—Es lo primero que se me ocurrió cuando recordé este cuento —confesó Octavio—, pero ahora ya no sé qué pensar. Es que es todo tan… fantástico… Eso de la Muerte, y el agua de la vida, y la caverna llena de cirios…

—Pero quítale los detalles fantásticos y quédate con lo básico —cortó Dani; parecía entusiasmado—. Tenemos a un tipo que cura a la gente… a todos menos a los que sabe que van a morir pronto. ¿Creéis que realmente puede ver a la Muerte junto a ellos?

Los tres cruzaron una mirada.

—Pat, dijiste que Borja miró a Valentín de una manera extraña —recordó Octavio—. ¿Crees que vio algo en él que los demás no veíamos?

—¿A la Muerte? ¿Pero qué aspecto tiene la Muerte?

—Pues, mira… —se limitó a decir Dani, señalando una de las ilustraciones del libro; la Muerte era un esqueleto vestido con una capa negra, que llevaba una guadaña al hombro.

—No sale muy favorecida, la pobre —comentó Pat.

—A ver, a ver, un momento, recapitulemos —cortó Octavio—. ¿Realmente creéis que este cuento puede estar pasando de verdad? ¿Aquí, ahora? ¿No es demasiado…?

—¿…fantástico? —lo ayudó Dani—. Muchas veces las leyendas tienen una base real. ¿Y si esto no fuera un cuento de hadas, sino una leyenda?

—En cualquier caso, no me imagino a la Muerte, si es que existe como… ente pensante, o lo que sea… siendo la madrina de nadie.

—Ente pensante —repitió Pat—. ¿De dónde sacas esas palabras?

—¿Verdad? —la apoyó Dani—. Yo siempre le digo que tiene que hablar normal, pero no me hace caso.

—Dejad eso ya —protestó Octavio—. ¿De verdad creéis que “eso” se pasea por ahí y que Borja puede verlo? —preguntó, señalando la imagen de la huesuda Muerte.

—Si es así, no me extraña que tenga siempre esa cara de palo, el pobre —comentó Dani—. En cuanto a tu pregunta, Octavio, sí y no. Sí creo que la Muerte se pasea por ahí. De hecho, me parece que es lo único de lo que podemos estar seguros en esta vida. Pero no creo que tenga ese aspecto. ¿No creéis que, en todos estos siglos, ha tenido tiempo de sobra para modernizarse un poco?

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