Ficha de la obra

Título: Octavio y el hijo de la sombra.

Escrito: En 2003

Publicado: No.

Comentarios: Esta es la primera entrega de lo que iba a ser una nueva saga. Escribí el primer libro y lo envié a la editorial SM junto con la primera parte de Memorias de Idhún. Les gustó mucho más Idhún, de modo que ese fue el proyecto en el que me centré. Me tuvo ocupada durante los años siguientes, y cuando lo acabé tenía otras muchas historias en la cabeza. Así que esta novela se quedó en un cajón porque, aunque la trama de este primer libro está cerrada, tiene un final abierto porque hay una historia general que debía desarrollarse en entregas posteriores. Otra curiosidad: con 21 años escribí una novela titulada Los hijos del sol negro, que era otra versión de la historia de Octavio, y que tampoco llegó a publicarse. Ahí sí que estaba toda la trama desarrollada, pero muy mal desarrollada, para ser sincera :D. Me gusta más el enfoque de Octavio y el hijo de la sombra, aunque no llegara a continuar la saga.

Prólogo

—¿Qué ha pasado?

—No lo sé, parece que alguien se ha caído al suelo…

—…Se ha desmayado…

—…un ataque al corazón…

—¿Ves algo?

—Por favor, circulen… circulen…

Nadie hacía caso al policía. Era una de las calles más céntricas de la ciudad, tarde de sábado, mes de rebajas. Una pequeña multitud se agolpaba junto al lugar donde unos enfermeros trataban inútilmente de reanimar a un hombre de unos sesenta y tantos años que se había desvanecido en medio de la calle. Junto a él, su mujer lloraba, medio histérica, y se retorcía las manos con nerviosismo. No se atrevía a mirar a su marido, caído en el suelo, y había fijado la vista en la ambulancia, que había aparcado junto a ellos. Sus luces iluminaban el rostro aterrorizado de la mujer, y también las expresiones curiosas de la gente que, sin ningún tipo de respeto, se había detenido a contemplar con avidez la desgracia ajena.

—No puede ser verdad… no puede ser verdad… —murmuraba ella, una y otra vez, como una letanía.

—Tranquilícese, señora —trató de animarla el policía—. Ya verá como todo sale bien.

Pero en aquel momento uno de los enfermeros se apartó del cuerpo y negó con la cabeza, apesadumbrado. Cuando la mujer vio cómo le cubrían el rostro a su esposo con una sábana, emitió un débil chillido de terror.

—Lo siento mucho, señora —dijo el policía.

La mujer no reaccionó. Se había quedado paralizada, pálida, con la vista fija en el cuerpo de su marido. Cuando vio que los enfermeros introducían el cuerpo en la ambulancia, pareció romperse. Se echó a llorar convulsivamente y el policía tuvo que sujetarla.

—Nos avisó… nos lo dijo… —gemía la mujer, desesperada.

—Vamos, vamos, tranquilícese…

—No, usted no lo entiende —sollozó la mujer, débilmente—. Él nos dijo lo que iba a pasar… él…

—¿Quién? ¿El médico?

—… El joven del parque. Se nos acercó…ayer… no lo conocíamos…

El policía no sabía de qué estaba hablando, pero no sabía cómo reaccionar, de manera que siguió escuchando.

—…se nos acercó… —repitió la mujer, todavía llorando—. Y nos dijo… que iba a pasar esto.

—¿Qué les dijo exactamente?

—… que iba a pasar esto —repitió la mujer—. Nos dijo que mi marido… iba a morir esta tarde.

—Una broma de muy mal gusto —pudo murmurar el policía.

—¿No lo entiende? —la mujer clavó en él una mirada inundada en lágrimas, una mirada en la que, sin embargo, había más miedo que tristeza—. No podía saber que mi marido padecía del corazón… lo dijo en serio… nos advirtió… nos dijo lo que iba a pasar… dijo que el moriría… y tenía razón…

La mujer se tambaleó un momento, desfallecida, y se desvaneció. El policía la sostuvo a tiempo de evitar que cayese al suelo. Miró a su alrededor, inseguro, pero enseguida se dio cuenta de que los curiosos estaban demasiado lejos como para haber escuchado la conversación: él era la única persona que había oído el sorprendente relato de aquella mujer.

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