Ficha de la obra

Título: Octavio y el hijo de la sombra.

Escrito: En 2003

Publicado: No.

Comentarios: Esta es la primera entrega de lo que iba a ser una nueva saga. Escribí el primer libro y lo envié a la editorial SM junto con la primera parte de Memorias de Idhún. Les gustó mucho más Idhún, de modo que ese fue el proyecto en el que me centré. Me tuvo ocupada durante los años siguientes, y cuando lo acabé tenía otras muchas historias en la cabeza. Así que este libro se quedó en un cajón porque, aunque la trama de este primer libro está cerrada, tiene un final abierto porque hay una historia general que debía desarrollarse en entregas posteriores. Otra curiosidad: con 21 años escribí una novela titulada Los hijos del sol negro, que era otra versión de la historia de Octavio, y que tampoco llegó a publicarse. Ahí sí que estaba toda la trama desarrollada, pero muy mal desarrollada, para ser sincera :D. Me gusta más el enfoque de Octavio y el hijo de la sombra, aunque no llegara a continuar la saga.

Capítulo 8: Indicios

“No… quiero… morir…”.

—Octavio…

—No… quiero… morir —murmuró Octavio, aturdido.

—Sí, ya lo sabemos. Llevas un buen rato diciéndolo.

Octavio abrió lentamente los ojos, con precaución. Dos rostros se inclinaban sobre él. Enfocó la vista y por fin pudo distinguir a Pat y a Dani.

—¿Hola? —tanteó Dani—. Estamos aquí. ¿Cuántos dedos ves?

Le plantó la palma de la mano abierta a escasos milímetros de la nariz.

—Aparta eso —gruñó Octavio, algo mareado—. ¿Qué ha pasado?

Trató de levantarse, pero la cabeza le daba vueltas.

“No… quiero… morir…”.

Cerró los ojos un momento y dejó que aquel pensamiento fuera disolviéndose poco a poco en las brumas de su mente.

“No quiero… morir…”

“No… quiero…”

“…quiero…”

“…morir…”

“…no”.

Por fin se hizo el silencio en su cabeza, pero apenas duró unos breves instantes. De inmediato, su mente se llenó de interrogantes que exigían ser contestados.

Octavio abrió los ojos de nuevo y miró a su alrededor. Se encontró en su propia habitación, tendido en su cama.

—¿Cómo he llegado hasta aquí? —preguntó, confundido. Lo último que recordaba era haber seguido a Borja hasta el local donde realizaba sus pequeños milagros.

Y después…

“No quiero morir…”

Octavio sacudió la cabeza.

—¿Quién era ese tipo? —preguntó de nuevo, antes de que Dani pudiera responder a su primera pregunta.

—Empecemos por el principio —intervino Pat, con energía—. Estuvimos… siguiendo a Borja —explicó, bajando la voz—. ¿De eso te acuerdas?

Octavio asintió.

—Había gente enferma… —empezó, pero Dani y Pat le indicaron que no hablara tan alto, y Octavio, inconscientemente, prosiguió, en un susurro—. Había gente enferma, y por lo visto él los curaba. Estuvimos haciendo cola y nos fuimos casi al final. Pero salió un hombre de la consulta y… —frunció el ceño, tratando de recordar.

—Iba medio loco —rememoró Dani—. Parecía desesperado, horrorizado, no sé, como si estuviese viviendo una peli de terror. Te miró a los ojos un momento y te dejó K.O., tío.

—Te pusiste a  gritar, agarrándote la cabeza como si te doliese mucho —añadió Pat en voz baja.

—Me transmitió un pensamiento —susurró Octavio—. Directamente a mi cabeza.

—¿¡Telepatía!? —casi gritó Dani, muy emocionado.

—¡Baja la voz! —lo riñeron Octavio y Pat a la vez.

—A todo esto —susurró Octavio—, ¿por qué hablamos en voz baja?

—Porque tu padre está en el salón —contestó Pat en el mismo tono—. Creo que ha ido a buscar el teléfono del médico para avisarle.

—¿Qué? Pero si yo estoy bien…

—Ahora sí, pero antes no; estabas muy raro al principio, no hacías más que repetir eso de que no querías morir, y luego hasta has perdido el conocimiento. Dani y yo te hemos tenido que traer a rastras hasta tu casa.

—¿En serio? Vaya número. Lo siento mucho.

—Bueno, pero cuéntanos lo que interesa —le recordó Dani—. ¿De verdad le leíste la mente al tipo ese de las cejas de hombre lobo?

—No, no le leí la mente. Yo no hice nada. Sencillamente, él… transmitió un pensamiento… y yo lo capté, nada más.

—Y… ¿cuál era ese pensamiento? —preguntó Pat, curiosa.

—Pues está claro, ¿no? —respondió Dani, poniendo los ojos en blanco—: “No quiero morir”.

—¿”No quiero morir”? ¿Era eso lo que pensaba?

“Más que un pensamiento, era una obsesión”, pensó Octavio, pero no lo dijo.

Trató de incorporarse un poco y miró a sus amigos.

—Estaba muy asustado —comentó—. Cuando entró en la consulta de Borja no tenía ese aspecto, ¿verdad que no?

—No —reconoció Dani—. Te apuesto lo que quieras a que Borja le dijo que iba a morir, y por eso se asustó tanto.

—Pero eso es absurdo —soltó Pat—. ¿Por qué iba a creer que…? —se interrumpió de repente.

Los tres cruzaron una mirada.

—Le dijo que iba a morir —repitió Octavio, tratando de ordenar sus pensamientos—. No lo curó, como a los otros.

—¿Por qué?

—“La mano de la vida no lo cura todo” —recordó Octavio, con un estremecimiento—. Eso fue lo que dijo la mujer del bebé.

—Es decir —dedujo Dani—, que a algunos enfermos puede curarlos, y a los que no puede, les dice que se van a morir…

—No es exactamente así. Porque Valentín no estaba enfermo. Murió en un accidente de coche, y Borja lo sabía.

—Entonces, es al revés.

Pat y Octavio lo miraron.

—¿Qué quieres decir?

—Sabe quién va a morir pronto —explicó él—. A esos no los toca. Y al resto los puede curar.

Sobrevino un silencio. Pat tardó un poco en preguntar:

—¿Y cómo lo sabe?

—No tengo ni idea. Pero imaginaos por un momento que Borja puede adivinar si alguien está a punto de morir. La gente va a su consulta a que los curen. Y Borja lo hace. Pero si alguno de ellos va a morir pronto, entonces él no lo cura, porque sabe que no vale la pena, que va a morir de todos modos.

—Pero no puede ser así. ¿Quieres decir que cada uno de nosotros tiene un día fijado para morir y no se puede hacer nada al respecto?

—Yo no he dicho eso.

—Pero parece que Borja sí lo piensa así. —Pat iba enfadándose por momentos—. Si sabe que alguien va a morir, podría evitar su muerte. Podría haberle dicho a Valentín que no cogiera el coche. O podría haber tratado de curar a ese hombre.

—Pero, ¿y si fuera verdad que está escrito el día de nuestra muerte?

—¿Que existe un destino que no podemos cambiar? Vamos, Dani, los médicos hoy salvan muchísimas vidas y curan muchas enfermedades que podrían habernos matado hace doscientos años. Estamos venciendo al destino y a la muerte.

—No —cortó Octavio, interviniendo en la conversación tras un rato de silencio—. No vencemos a la muerte. Porque morimos, tarde o temprano. ¿O no?

Hubo un breve silencio desconcertado.

—¿En qué piensas, Octavio? —preguntó Dani por fin.

Octavio lo miró. Su amigo podía ponerse extraordinariamente serio cuando era necesario, y aquella era una de esas ocasiones. Dani lo miraba con fijeza, esperando una respuesta. Había intuido que el comentario de Octavio no era casual, y éste lo sabía.

Frunció el ceño y sacudió la cabeza.

—No estoy seguro. Pero creo haber oído algo así alguna vez.

—¿Dónde —saltó Pat.

—No me acuerdo. No sé de dónde lo he sacado y, sin embargo, estoy seguro de que esa historia me es muy familiar.

—¿Dices que ya conocías casos como el de Borja? —preguntó Dani, mirándolo, muy serio—. Dijiste que nunca te había interesado lo paranormal.

—Lo sé, y es verdad. Por eso estoy tan desconcertado, no sé dónde puedo haberlo leído.

—Yo propongo —intervino Pat— que volvamos a la consulta de Borja e intentemos averiguar algo más sobre el tío aquel que no quería morir.

—¿Y no sería más sencillo preguntarle a tu hermana? —razonó Octavio—. Está claro que todo esto ella ya lo sabía. ¿O no?

—Ya he intentado sonsacarla muchas veces —refunfuñó Pat—, pero no quiere ni oír hablar de…

Se calló cuando alguien llamó suavemente a la puerta de la habitación. Casi enseguida, la puerta se abrió y entró el padre de Octavio.

—Hola, ¿te encuentras mejor? —le preguntó a su hijo.

—Sí, ya estoy bien.

—Por fin conseguí encontrar el listado de médicos del seguro. He llamado a uno. No tardará en llegar.

—No hace falta, papá, ya estoy bien —insistió Octavio, alarmado.

El padre movió la cabeza.

—Ahora puede que sí, pero nadie se desmaya por casualidad, Octavio. Quiero que te tome la tensión y te haga un reconocimiento, aunque sea por encima.

Octavio fue a protestar, pero finalmente no dijo nada y se resignó a ser examinado por el médico. Al fin y al cabo, había pasado revisiones médicas más de una vez, y nunca nadie había descubierto que fuera un psíquico.

—Nosotros nos vamos —anunció Dani—. Nos vemos mañana en clase, ¿vale?

Octavio se despidió de ellos sin mucho entusiasmo. Su padre no le quitaba la vista de encima, y el niño sospechaba que iba a tener que dar muchas explicaciones.

Cuando sus amigos se fueron, su padre se sentó junto a su cama.

—¿Qué ha pasado exactamente, Octavio?

—No lo recuerdo muy bien, papá —murmuró él, desviando la mirada—. Creo que me he mareado. Después me he despertado aquí.

—Tus amigos han tenido que traerte a rastras. ¿Dónde estabais?

—No estoy muy seguro —mintió Octavio—. Me duele mucho la cabeza.

—Oh, claro. Lo siento, no había caído. —Vaciló antes de levantarse—. Bueno, entonces no te molesto más. Esperaremos a que llegue el médico, ¿vale?

Llamaron al timbre apenas media hora después. El médico resultó ser una doctora, una mujer seria de mirada penetrante y gesto severo, que se llamaba Sofía. Octavio soportó la revisión intentando no parecer demasiado aburrido.

—Estoy bien, de verdad —dijo por fin, sin poderlo evitar.

—¿De verdad? —Ella lo miró fijamente—. ¿No te duele la cabeza, como si tuvieras miles de hormigas dentro?

Octavio se quedó sorprendido.

—Sí… un poco —reconoció.

—¿Y no sientes como si tu corazón latiera justo dentro de tu cabeza?

Octavio inspiró hondo.

—Antes notaba algo parecido, pero… ya se me está pasando.

—Bien —asintió Sofía—. ¿Ves manchas brillantes?

—Ya no.

—Bien —repitió ella—. ¿Y las voces? ¿Sigues oyéndolas?

—No. —Octavio estaba cada vez más alarmado—. ¿Por qué me pregunta todo esto?

Sofía lo miró un momento y pareció que iba a decirle algo, pero al final debió de cambiar de idea, porque simplemente le sonrió y se volvió hacia su padre.

—Todo en orden. Seguramente necesitará hierro y un complejo vitamínico. Que se haga un análisis de sangre y veremos qué le puedo recetar.

—Entonces, ¿es flojera? ¿No va a necesitar ir al neurólogo, ni nada por el estilo?

—No —replicó la doctora, con energía—. Sólo necesita cuidarse un poco más.

—Entiendo —asintió el padre de Octavio.

El chico no entendía nada. ¿A qué venía aquello? ¿Cómo había podido Sofía describir tan bien su estado?

Su padre la acompañó a la salida. Octavio trató de levantarse, pero se mareó y tuvo que sentarse de nuevo. No se sorprendió cuando su padre volvió a entrar en la habitación y le dijo:

—Mañana no vas a clase. Tu salud es lo primero.

No tuvo fuerzas para replicar. Aún seguía confundido.

Por la noche llamó a Dani después de cenar, para pedirle que le trajera los deberes y los libros al día siguiente.

—Pat y yo hemos estado hablando —le dijo su amigo.

—¿De qué?

—De lo de Borja, ya sabes. Hemos decidido que vamos a seguir a su hermana para ver cómo la trata Borja y si de verdad ella sabe todo lo que está pasando.

—No me parece buena idea, Dani.

—¿Por qué no? Tampoco pasa nada si nos pillan. Es su hermana, ¿no? Hay confianza.

Octavio no tenía ganas ni fuerzas para llevarle la contraria.


La mañana siguiente transcurrió sin novedad. Dani había dicho a los profesores que Octavio tenía que ir al médico y por eso había faltado a clase.

Pat y él estuvieron vigilando a Cris durante los recreos, pero ella no hizo nada fuera de lo corriente. Además, se dio cuenta de que su hermana la espiaba, y Pat recibió una buena regañina. Dani, rojo de vergüenza y sin osar acercarse, la esperaba un poco más lejos.

—Ya podías haberme echado una mano —refunfuñó Pat cuando se reunió con él más tarde, al sonar el timbre.

Dani iba a contestar, pero no pudo, porque César, el profesor de sociales, los interceptó en la puerta.

—Chicos, ¿habéis visto a José Luis?

José Luis era el profesor de música. Dani negó con la cabeza, pero Pat señaló al otro extremo del patio.

—Míralo, allí lo tienes. Está hablando con el Og… quiero decir, con María Dolores —se corrigió, roja de vergüenza.

Pero César no la riñó. Sólo se rió y le guiñó un ojo. Pat sonrió con timidez.

—Bueno, pues voy a hablar con él antes de que… ¡hey! —exclamó, mirando fijamente a Pat—. ¿Tú no tenías una herida en la frente?

Horrorizada, Pat se palpó la frente y se dio cuenta de que la gasa que ocultaba el resultado de la milagrosa intervención de Borja se había caído en algún momento, a lo largo de la mañana. Tal vez en clase de gimnasia. Habían estado corriendo mucho, y quizá el sudor la había desprendido sin que ella se diera cuenta.

—¿Verdad que se ha curado rápido? —intervino Dani oportunamente—. Al final va a ser verdad lo que decís los mayores, que los jóvenes somos de goma.

—Eso se dice de los niños —replicó César, lanzando a Pat una mirada penetrante.

—Tanto da —respondió Dani con desparpajo—. Bueno, nosotros nos vamos a clase, que tenemos examen de mates. Y tú deberías ir a rescatar a José Luis antes de que se lo coma el Ogro.

Pareció que César iba a decir algo, pero Dani no le dio ocasión. Se llevó a Pat a rastras de allí y, protegidos los dos por la marea de alumnos que volvían a clase, pronto lo perdieron de vista.

—¿Por qué no le has dicho nada? —le espetó Dani a la chica—. ¿Qué habría pasado si no llego a estar ahí para sacarte las castañas del fuego?

—Pues no habría pasado nada —replicó Pat, de mal talante—, porque César es un tío legal y no va a decir nada a nadie y, además, yo sé cuidarme sola, para que te enteres.

Dani se paró en seco y la miró, sorprendido.

—No me digas que a ti también te gusta César.

—¿Qué me va a gustar? ¡Qué burradas dices! —protestó Pat; pero se puso colorada.

Dani no volvió a insistir en ello.

A la salida del instituto, Dani y Pat espiaron a Cris disimuladamente para ver si Borja iba a buscarla. Pero en aquella ocasión no apareció. La vieron alejarse con sus amigas en dirección a su casa.

—Me voy con ella —dijo Pat con resignación—. Nos vemos después de comer, ¿vale?

—En casa de Octavio —le recordó Dani—. A ver si él tiene alguna pista más, porque lo que somos nosotros…

Pat asintió y corrió a reunirse con su hermana. Dani se colocó los cascos, encendió el walkman, se ajustó la mochila al hombro y, con las manos en los bolsillos, se dispuso a regresar a casa. Vio a Pat y Cris saliendo juntas del instituto, y se dio cuenta de que César las observaba también. Lo miró, pensativo. Pero el profesor percibió su mirada, se volvió hacia él desde el otro extremo del patio y lo saludó, sonriendo. Sin poderlo evitar, Dani sonrió también y pensó que César era un buen tío.


Octavio y su padre habían ido al hospital por la mañana temprano, para que el chico se hiciese el análisis de sangre. A las diez ya estaban en casa, y Octavio quiso regresar al instituto, pero su padre no se lo permitió.

—Necesitas descansar, hijo.

—Pero papá, si estoy bien —protestó Octavio—. No quiero perder clases y además…

—Olvida las clases por un día. Dani ha dicho que te traería los apuntes, ¿no? ¿Es que no te fías de él?

—Para esas cosas, no mucho —refunfuñó Octavio, pero su padre se rió.

—Échate un rato, anda, y duerme, que te vendrá bien.

—No tengo sueño, papá.

—Bueno, pues entonces túmbate solamente y descansa, ¿vale?

Octavio suspiró.

—Vale —capituló.

Lo cierto era que, aunque no se sentía físicamente cansado, su mente todavía acusaba lo ocurrido la tarde anterior. Además, necesitaba pensar. Habían pasado muchas cosas en los últimos días, y tenía que reconocer que el misterio de Borja lo intrigaba. Sospechaba que había algo que se le escapaba, como una pieza fundamental del puzzle que estaba tratando de reconstruir en su cabeza.

Entró en su habitación y bajó la persiana hasta dejar la estancia en penumbra. Después se tumbó en la cama, tratando de pensar.

Recordaba lo que había dicho Dani la tarde anterior, e intuía que estaba en lo cierto. Borja, aquel misterioso joven, poseía la facultad de curar. Pero también sabía cuándo iba a morir alguien y, en esos casos, no podía hacer uso de su poder curativo. ¿Por qué?

Octavio frunció el ceño y se dio la vuelta en la cama. No era asunto suyo, claro estaba, pero aquel misterio lo intrigaba, y además estaba el hecho de que Pat les había pedido ayuda. Resultaba irónico que aquella niña que había estado molestándolo desde el primer día de clase lo tratara ahora como si fuera su amigo de toda la vida, pero la cosa ya estaba hecha, y lo cierto era que, desde su conversación en el hospital, Pat se había mostrado mucho más amistosa con ellos, hasta el punto de que tanto Dani como él casi habían llegado a olvidarlo todo.

Casi, pero no del todo.

Por otro lado, estaba Cris. Era lógico que Pat se preocupara por su hermana. A simple vista, Borja no parecía un tipo peligroso. Pero Dani y él habían visto a Cris en la conferencia del centro Argos, y ella estaba alterada y muy asustada.

En aquel momento, la puerta de la habitación se abrió, y entró su padre. Octavio se incorporó un poco.

—Quédate ahí, tranquilo. Sólo he venido a traerte una manta. Por si tienes frío.

—Papá, por favor, estoy bien. No me trates como si fuera un bebé —protestó Octavio.

—Bueno, yo te dejo la manta aquí, a los pies de la cama, por si la necesitas.

—Vaaaaale.

Su padre salió de la habitación, y Octavio volvió a tumbarse. Trató de retomar el hilo de sus pensamientos, pero la última frase de su padre seguía resonando en su mente.

“Te dejo la manta aquí, a los pies de la cama, por si la necesitas”.

“Por si la necesitas…”

“…a los pies de la cama…”

Y, de pronto, algo despertó en el fondo de su memoria, y encajaron todas las piezas.

 

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